Déjame ser MAMÁ...

Apenas supe que estaba embarazada, me invadiron dos sentimientos nuevos: El miedo y esa felicidad que solamente se siente cuando llevas a un ser dentro de ti. Éramos 3 en nuestro mundo de esta etapa, pronto compartimos la noticia y, es ahí donde saltaron los consejos perfectos, esos consejos que te ponen la maternidad con una valla taaaaan alta con esos consejos típicos de "mamás perfectas". En ese punto, tan pero taaan fastidioso punto, empecé a "auntoconcientizarme" hacia donde debía llegar. Eran tantos los consejos que recibía y eran tan "omnipresentes" las "mamás perfectas" que llegué a un punto en que no quise escuchar más, no quise que nadie me diga nada o si me decían algo, simplemente mi cabeza se transportaba a la dimensión desconocida y no las oía para nada.


Cuando nació Josefina, al momento que me la entregaron en brazos, me regresó a la mente todos los "blah blah blah!" de las "mamás perfectas", a penas di a luz y ya quería estar radiante y sin muestras de cansancio para las visitas. Yo me imaginaba a la "mamá perfecta" acomodada en la cama de la clínica con su pijama de seda y bien peinada y en brazos con su bebé bien bañado y arreglado, durmiendo de corrido. ¿Yo?; era un completo desastre, llegué a la habitación hecha un trapo (intenté por todos los medios que mi hija naciera por parto natural. Se pasó de la fecha, tuve una inducción y una labor de parto de casi 22 horas. Desde las 6:30 am de un viernes, hasta las 4:00 am de un sábado. No pude más, estaba agotada y nació por cesárea, sí, pedí que naciera pero ¡yaaaa!), tenía unas gigantescas ojeras, me sentía herida, tenía mucho dolor en el cuerpo, era una máquina de gases y como era de esperarse, la visita no tardó en llegar. Pronto me di cuenta que estaba muy lejos de ser esa primera mamá perfecta, estuve  guardando lo que sentía los siguientes días hasta que llegué a casa. La situación fue muy distinta de cuando estaba en la clínica  (porque en la clínica almenos las enfermeras me ayudaban un poco con Josefina; en casa era yo y mi esposo, contra el mundo de la paternidad). Me sentía tan abrumada y con tsntas cosas en la cabeza. ¡Ya no podía más!, alguien debía escuchar como me sentía, busqué a mi esposo y hablamos los dos, llegamos al acuerdo de que la etapa de papás primerizos la llevaríamos sólo nosotros. Sin mamás, sin nanas, sin consejos que aparentan ser reales, sin prejuicios, sólo nosotros dos y nuestra pequeña bebé. Ya había tenido 41 semanas de consejos para ser la mamá perfecta y en éste punto dije ¡Basta!.


Sé ser mamá a mi estilo, no soy y nunca seré esa mamá de revista (esas que no existen). No hay mamá perfecta primeriza y tampoco con diez hijos. Las mamás de antes también tenían errores, puedo asegurarles y podría apostar que ninguna sería capaz de lanzar la primera piedra y decir que "¡Jamás, pero jamás!" han tenido problemas con sus bebés. Ellas sólo nos cuentan lo mejor de esas etapas y creo (en gran parte) porque quieren que seamos realmente perfectas y no cometamos sus errores con nuestros peques. Lastimosamente al contarnos tantos cuentos de perfección, nos hacen sentir que no podemos ser esas mamás.


Adoro a mi madre, fue y es una mamá con muchos defectos y virtudes y muy sincera (nunca me ha contado tanto cuento), ella es la única persona que me ha contado una que otra barbaridad de su época de mamá primeriza (sin perfecciones, sin ceremonias; sólo mucho amor). Mi mamá ama a sus nietos y los disfruta a su manera.

Mi vida de madre comenzó como otras muchas: Hecha un trapo y sin muchas fuerzas, así recibí a Josefina en brazos, me frustré en casa al no poder atenderla cómo una madre perfecta, casi me deprimo por ello. No me arrepiento del tipo de madre que empecé siendo, al contrario, me siento orgullosa. Josefina me ha enseñado día a día como ser mamá, ella rompió el espejo de la "mamá perfecta" que creía yo debía ser. Dejarme yo misma ser esa mamá real y verdadera, dejarme a mi misma hacer lo que me parecía correcto (dejando de lado todos esos consejos que a mi parecer, eran prejuicios y comentarios fuera de foco); dejarme yo misma amar como solo yo sabía amar a mi hija, atenderla (a mi propio criterio) de la mejor manera. Eso hizo sentirme la verdadera mamá perfecta, eso hizo que me llenara de felicidad y entusiasmo para seguir atendiendo a mi hija como una mamá realmente perfecta a mi propio estilo.



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